29 de mayo de 2007

Chiquito de la calzada

Para rendirle homenaje a un humorista que ha marcado una época en España, copio aquí parte de un texto de cascomia.net hablando de él:
"...A Chiquito no es que se le imitara; era un ejemplo, el adalid de un modus vivendi a adoptar por cualquier amante del humor amortizable. Los compañeros de clase le imitaban, los colegas opulentos y cerveceros de tu padre hablaban como él, los niños emulaban sus movimientos, cualquier caballero en el aparcamiento de cualquier Pryca podía gritar cosas raras sin pudor y El Príncipe Bel-Air decía “comorl” en los capítulos de su serie.
Aún hoy en día, el chiquitistaní sigue estando en el aire: fistro es una palabra-comodín a usar a conveniencia (como casi todas las palabras comodín, suele hacer alusión al pene, por supuesto); cobarde ya no sirve como apelativo desafiante, sino como insulto común; un torpedo, ya no es un artefacto submarino de artillería, sino lo mismo que un cobarde; la palabra “pecador” ya no se puede mentar en misa si se quiere que la liturgia continúe serena y seria; y, desde luego, la expresión “duodenal” suena fatal aunque esté bien dicha (sólo los médicos la dicen –algunos-, a la gente de a pie le suena mejor “diodenarl”, que es lo que hace referencia al “diodeno”, que es lo que se conoce). En clases de Historia, todo el mundo se carcajeaba del Canciller Adenauer; si alguien se llama Darío, pasaba a llamarse “Darido” y si otro se llama Lucas, estaba jodido para siempre.
Un servidor lo descubre casi de repente, sin haberlo oído nombrar siquiera. Hallar a freaks como Cañita Brava o Manolito Reyes “El Pozí” siempre trae consigo cierta estupefacción: una mezcla entre asco y compasión, más bien. Pero con Chiquito fue distinto. A parte de que Chiquito no era un verdadero hombre maltrecho, ni ninguna persona marginal real, sino un personaje creado por un señor muy gracioso, pero normal y corriente, que de repente se pone a dar saltitos convirtiéndose en una suerte de muñeco animatrónico de Jim Henson cañí que la gente relaciona automáticamente con la persona real; también es cierto que era: primero, consciente de lo que hacía; y segundo, consciente de que ninguna de sus “tonteridas” se sostendría por sí misma sin unos chistes a la vieja (o muy vieja) usanza, con su planteamiento, nudo y desenlace (aunque no hacía falta ninguna que éstos fueran buenos)...(sigue)
...Bueno, pues lo descubrí, como todo el mundo, en “Genio y Figura”. Yo estaba viendo lo que para mí era un programa de chistes de la televisión de España a mediados de la década de los 90, presentado por aquel maravilloso mago que era Pepe Carroll (y que solía dejar bien claro, al finalizar cada programa, que estaba hasta los huevos de que los protagonistas de todos los chistes se llamaran siempre Pepe). Entre andaluces sardónicos, personas de físico gracioso, mariquitas que contaban chistes sacando partido a su voz y señores que fingían voz de mariquita para sacar partido a su chiste, le llegó el turno a un tipo de aspecto flamenco en quién destacaba una horrorosa camisa. Este hombre se levantó del banquillo de los cuentachistes de un saltito. Un saltito leve y de poca altura pero grácil y muy rápido, casi imperceptible al ojo humano. Aquel chinche con patillas que hacía aspavientos como de comedia italiana, confundidos entre conatos de movimientos artes marciales, se puso de pronto a vociferar: “¡¡¡Ese pe’acho de coche…!!!” y todo cambió para mí. No sé bien cómo describirlo, pero me descolocó del todo. Una duda se repetía en mi mente: “¿este acontecimiento, es real?; es decir, ¿esto está sucediendo ahora mismo de verdad o me habrá sentado mal algo y estoy flipando?” Me molestaba, lo confieso, odié a ese señor, me ponía nervioso; al mismo tiempo, no podía dejar de observarle y escucharle expectante. Recuerdo el chiste, era el del Concejal de Cuenca (no lo voy a transcribir aquí entero, evidentemente) y, sin denuedo, se oyeron dos paridas seguidas: “Ese pe’acho de coche, que se movía más que un Kerobae en una piscina” (el Kerobae era un versión más cutre, y de color morado, del Blandi Blub) e “iba por una calle que por ahí no pasaba ¡ni el Coche Fantásticorl…”. “¿Qué es esto?”, “¿qué universo referencial tan genial nutre a este señor tan mayor?”, pensé enseguida. Con un par de chistes más, el vejete raro, Chiquito de la Calzada, me tenía en el bolsillo.
En pocos meses, yo ya acudía corriendo al televisor cada vez que comenzaba “Genio y Figura”, mi padre ya se había convertido en un fan irredento, mi madre nos odiaba, y en la calle todo el mundo se afanaba en hacer el gilipollas lo máximo posible escudado en que lo suyo era una imitación (generalmente malísima) de otro señor al que, automáticamente, todo el mundo reconocería al instante. Si un extranjero, de vacaciones, o de Erasmus o algo así, hubiera visitado España por aquella época, se habría sentido estafado por su academia de idiomas, interpretando que el español que le habían enseñado no se parecía en nada al que realmente se hablaba en el país. Gracietas, hitos del acervo, como “¿Te has afeita’o con La Hoja del Lunes?”, “¡Ya ves “truz”!” o “-¿Qué miras?/Los pedos que te tiras”, habían sido sustituidas por cosas como “Epetecaundemor”, “Agrominagüer”, “Peich” o “Eguarenarenaur”, que tenían mucho más sentido para todos. Fue la época de mi vida en la que más hice reír a la gente y de la manera más fácil. Me bastaba imitar medio bien (o, al menos, de manera reconocible) a Chiquito y, con esa manera de hablar, decir lo que fuera. Por cierto, “Hasta luego, Lucas” era de la peli de Ford Fairlane, del doblaje que hiciera Pablo Carbonell al castellano (ahí queda, para que se me quejen -aunque igual me cuelo y es una expresión de toda la vida).
Gregorio Esteban Sánchez Fernández, de nombre artístico Chiquito de la Calzada, nació “después de los dolores” en Málaga en 1932 (justo al año de llegar la República, fíjense), concretamente en la calle de la Calzada de la Trinidad, de ahí su pseudónimo (lo de Chiquito supondremos que le vino por estatura). Lleva más de cuarenta años felizmente casado con su esposa Pepita, y no tiene hijos.
Como la de tantos de los españoles de aquella época, la historia de Chiquito comienza con cierta calamidad. Tuvo que dejar el colegio a una edad bastante temprana para ponerse a trabajar. Afortunadamente, consiguió dar sus primeros pasos laborales ingresando en un cuadro flamenco de cierto renombre. Gregorio comenzó como palmero y cantaor, visitando más de 50 países de todo el mundo; entre ellos, Japón, donde llegó a residir unos cuantos años (confiesa él, que sin aprender ni una sola palabra del idioma). A esta época pertenecen aquellas impagables imágenes televisivas de un Chiquito algo más delgado, sin patillas y con pelazo, cantando bulerías en blanco y negro.
De esta etapa, hay una curiosidad muy valiosa (bueno, todo lo valiosa que puede ser cualquier dato chorra de esta sacrosanta página): Chiquito pisó la cubierta del barco del amor de “Vacaciones en el Mar”. En un capítulo que transcurría en las costas de Barcelona, el cuadro en el que trabajaba fue contratado por la productora para hacer una escena de flamenco, con todas esas cosas que tanto les mola ver de nosotros a los extranjeros, sobre todo norteamericanos. Lo cierto es que al bueno de Gregorio ni siquiera se le ve, pero es una de estas historias que mola contar, como lo de Pocholo en “Corrupción en Miami”, o Ana Obregón en “El Equipo A” (clásico de esta casa). Chiquito ya era entonces una persona que se movía entre el mundillo del artisteo y el espectáculo. La fama-fama le llegaría años más tarde, con el programa de Pepe Carroll.
Con “Genio y Figura”, la fiebre ya estaba en la calle. A modo de ataque zombie, todo quisque comenzó a andar raro y hacer sonidos guturales con ínfulas de idioma sajón sin pulimentar. Chiquito de la Calzada, el del programa de los chistes, se dejaba ver en entrevistas, participaba como artista invitado, iba galas, protagonizaba spots publicitarios (“¡Gallina Blanca, Gallina Blanca…!”), hacía programas especiales de Nochevieja… Durante el verano de 1995 llegó a participar en, atiéndanme bien, más de 100 galas (de esas de verano, del rollete “Murcia, qué bella eres” y así). Casi nadie me suele creer, pero es cierto. Chiquito y Jean Claude Van Damme llegaron a coexistir en un mismo encuadre, intercambiando frases y todo. ¿Una película? No señor: “¿Qué apostamos?”, el programa de la Obregón (joder, ya sale dos veces en mismo artículo) y “Ramontxu” García. Como todo genio, además, Chiquito jamás suscitaba una opinión moderada: o se le imitaba hasta en la intimidad, o se le odiaba a muerte. Generalizando, estas dos posturas solían ser respuestas de cada sexo, de manera que lo habitual fuera que las damas le observaran con rostro adusto, al tiempo que los varones no podían reprimir la sonrisilla satisfactoria y la humedad de los ojos. Chiquito era para hombres, como John Wayne, por eso su primer filme fue un western.
“Aquí Llega Condemor, el Pecador de la Pradera”, fue su primera incursión, como protagonista absoluto, en el mundo del cinematógrafo. En 1996, de la mano de Álvaro Sáenz de Heredia, adalid del humor (en su haber tiene pelis con Martes y 13 y obras tan imprescindibles del mundo cacósmico como “Policía”, “Chechu y Familia” o “Fredie el Crupier”, y es hijo de José Luis Sáenz de Heredia, el dire de “Raza”), Chiquito interpretó a un conde francés (sí, francés) que llegaba al Far West junto con su mayordomo Bigote Arrocet (ahí, de puta madre Sáenz de Heredia, recuperando a las glorias, como Tarantino) y un Naím Thomas (sí, el de “Operación Triunfo”). La peli tenía tiroteos, indios, búfalos, peleas, carreras de diligencias… y encima era musical. Por supuesto, fue todo un éxito. Yo tengo un grato recuerdo de su proyección. Irrefrenablemente, fui a ver la película, y mi padre conmigo, los dos flipadísimos. Momentos antes de su inicio, la sala estaba dividida entre quienes aguardábamos impacientes sentados, y quienes permanecían en pie. Estos últimos, cómo no, estaban imitando al maestro, intercambiando “Jarenagüers”, “Pecadores” y “Cobardes”. Aunque Chiquito me fascinase, a mí todo aquello me daba un pelín de vergüenza (hay que reconocer que casi nadie imitaba bien a Chiquito y, aunque el personaje quedaba claro, solían salir versiones muy defectuosas), y entonces me giré para expresárselo a mi progenitor. Pensaba decirle: “mira estos, qué gilipollas”. Cuál fue mi sorpresa cuando, en girándome, no veo el rostro de mi padre, sino su cintura: estaba en pie, con las palmas de las manos hacia arriba y los pulgares palpando las yemas del resto de dedos. “No”, me dije al tiempo que me rebujaba en mi butaca y me llevaba la mano a la cara. “¡Comoooooooorl! No puedor, no puedor” espetó mi padre. Un año más tarde, se estrenaría la secuela, “Brácula (Condemor II)”, que sumó a su elenco a la imponente Carla Hidalgo, y a figuras como Javivi o Nadiuska (la lisergia estaba servida. Ésta ya la vi en la tele). La trilogía, que no era una trilogía real, ya que en la tercera entrega Chiquito cambiaba de personaje, se cerraba con “Papá Piquillo”, sin duda, la más digna de las tres, no por ello exenta de humor del duro y de inevitables del humorismo softcore y el faranduleo cañí (repetían Bigote Arrocet y Javivi y aparecían Arévalo, Mariano Mariano o La Chunga). Esta vez, la historia no era un desmadre con concesiones sensibleras, era un puto drama absolutamente trágico; eso sí, plagado de “caiditas de Roma”, “fistros sesuales” y extractos de bulerías chiquitistaníes. Chiquito era Papá Piquillo, un viejo gitano hundido en la pobreza que tiene que sacar adelante a un mono y un montón de nietos, uno de los cuales tiene una enfermedad degenerativa de la que sólo se puede curar en Australia (sic.). Brutal.
En estos tiempos de máxima manifestación popular, Chiquito fue quemado a más no poder, dando lugar a curiosos acontecimientos. En cuanto Antena 3 se percató que la Primera de TVE iba a acoger en su seno a Chiquito, los altos gerifaltes de la programación se encargaron de exprimirlo a conciencia, amortizando al cómico hasta el paroxismo. Chiquito salía hasta en la sopa, siendo, en pocos meses, depositado en su nuevo canal completamente gastado. De por aquel entonces, son los personajes Lucas Grijander y Crispín Klander, que Florentino Fernández creó para el programa “Esta Noche Cruzamos el Mississippi”, asegurándose un crucial impulso en su carrera. Enseguida, los doblajes chiquitistaníes de Flo y sus temazos (“que eres menos atractiva que la madre de Espinete con un ojo de cristarl…”) eran casi tan repetidos entre el vulgo como las expresiones primigenias del propio Chiquito. La cosa acabó en tangana judicial y, aunque nadie sepa exactamente qué pasó y Flo sólo cuente la parte graciosa del juez leyendo cosas como “fistro vaginarl” pero nunca el veredicto, se cuenta que los responsables del programa de Pepe Navarro tuvieron que aflojar la mosca. Actualmente, eso sí, Florentino y Chiquito son colegas, que conste.
En 2002, Jesús Bonilla, según él, harto de que le den siempre los mismos papeles, se pone a dirigir (otorgándose a sí mismo un personaje compendio de aquellos de los que se quejaba) y pare “El Oro de Moscú”. Bonilla alegó en alguna entrevista que el fracaso del cine español se debía a que ya no quedaban actores cómicos de los buenos, como los de antes. No sé a qué antes se refería, pero el diletante director se rodeó de la nata y crema del humorismo de la época: Santiago Segura, Alexis Valdés, Andrés Pajares (comiendo teta, como en los buenos tiempos) e hija, Arévalo de nuevo, Juan Rosa, Carlos Latre, Bebe… y, destacando inconmensurablemente, no sólo de entre los humoristas, sino ya de entre incluso los actores de verdad, el bueno de Chiquito de la Calzada.
En 2004, José Luis García Sánchez, estrenó “Franky Banderas”, una película protagonizada por el niño cantor Raulito (sic.) en la que Chiquito interpretaba a su abuelo. A pesar de la tela que a priori tenía el filme, he de romper varias lanzas a favor de algunas secuencias maravillosas, como aquella que transcurre en un casting para niños prodigio que resulta ser una audición para videos de pornografía infantil, o esa otra donde Juan Luis Galiardo, vestido de payaso en una fiesta de cumpleaños, tiene que lidiar con unos críos ultracabrones; sin duda, en ambas secuencias se atisba la mano del guionista de la cinta, el excelso Rafael Azcona (vamos, que por mucho Raulito que haya, don Rafael sigue estando por ahí).
Y bueno, el caso es que la cara de Chiquito ya no sale constantemente; es decir, se podría decir que su momento, su moda, pasó, igual que pasa la de cualquier humorista. Con Martes y 13 llegó el momento de parar, y la gente dejó de decir “vengas” y “encanna”, pero ellos seguían ahí, hasta que se separaron. Con Chiquito la cosa también ha pasado, pero sus últimas sílabas de palabra tocadas con “r” o “rl”, siguen estando ahí, ya que han quedado en el acerbo para siempre. Por no hablar de Internet/Youtube, donde aún los que más se aburren siguen probando a doblar “Matrix” o “El Señor de los Anillos” con su voz, amén de toda una galería de banners, emoticonos y mamarrachadas informáticas varias. Entre el resto de trabajos que no he mencionado, yo resaltaría el extrañísimo papel que tenía en la teleserie “Señor Alcalde” (sí, aquella con Carlos Larrañaga) y diversas colaboraciones radiofónicas junto a Antonio Herrero y Luis Herrero para la hoy sacrosantísima Cadena Cope. Además, desde el año 2004, Gregorio Sanchez "Chiquito de la Calzada" es también el nombre de un parque natural de Málaga, “gracias a la genial idea del alcalde malagueño Francisco de la Torre”.
Debería figurar en las enciclopedias de este país, y lo digo en serio."
Copiado de Cascomia.net

1 comentario:

José María Nole dijo...

enhorabuena me ha parecido un artículo muy divertido y bien escrito. Vi hace unos días brácula en televisión y fue viajar a un pasado que pensaba más lejano.

http://timidito.blogia.com/